Conseguir que los más
pequeños de la casa coman de forma saludable supone un dolor de cabeza para muchos padres. Los
productos pre cocinados y los envases preparados para una persona parecen
haberse convertido en una solución para muchos hogares. Antes de pensar en lo
que supone la educación alimentaria de los hijos hay que plantearse si nuestra
práctica alimentaria es consciente, coherente y consistente. Se sabe que los
niños aprenden imitando más que escuchando razonamientos.
Los principales errores que existen en la alimentación
infantil y de la familia:
La excesiva
improvisación. La mayoría de las familias no planifica sus menús semanales. El
resultado es una práctica alimentaria desequilibrada que conduce al exceso de
peso. Hay que aprender conocimientos básicos de alimentación para organizarse
mejor. Sin duda, alimentarse hoy en día
requiere reflexión, escoger bien lo que se compra y cocinar un poco más.
La
sistematización del menú a la carta. Salvo
excepciones, se recomienda que la familia, pequeños y grandes, compartan los
mismos alimentos, con variaciones en la cantidad y en el ritmo que se pueden
respetar. Pero atender los antojos individuales, o preguntar lo que apetece
comer a los pequeños, rompe el balance nutricional.
Saltarse el
desayuno. No desayunar o hacerlo con un exceso de azúcares
y grasas perjudiciales es lo común en muchos hogares. Resulta útil la provisión
de cereales, semillas, frutos secos, aceite de oliva virgen, huevos, queso,
atún, embutidos magros, frutas o yogur. Resulta agradable y necesaria la
ingesta de líquido: agua, infusiones, fruta recién exprimida, leche, y después
seguir con el cereal y la proteína (embutido magro, atún o queso).
Picotear a
todas horas. Cuando las colaciones se han distribuido
bien y se han planificado con criterio, los niveles de azúcar en sangre son más
estables y, es menos probable que apetezca picar entre horas. Los niños que
aprenden a comer a sus horas respetan mejor los intervalos y la familia no tiene
que romper su ritmo con los populares 'snacks'.
Comidas
tardías y/o copiosas. Las personas poseemos un 'reloj interno' que
ajusta los horarios de ingesta con el gasto energético. La solución pasa por conciliar mejor los
horarios y agendas familiares para almorzar antes y cenar pronto. Se tiende a
cenar tarde y demasiado. La cena debería ser reconfortante pero liviana, para
completar las necesidades de todos, sin excesos. Para ello, la verdura, las
ensaladas y las sopas deberían ser las protagonistas.
Refrescos
azucarados. Las necesidades calóricas de nuestros escolares
no son ilimitadas y si las cubrimos, en mayor o menor parte, con calorías
vacías, restamos opciones a otros alimentos que sí aportan compuestos bioactivos
(minerales, vitaminas o antioxidantes). Cuando se trata de saciar la sed el
agua no tiene rival.
Comida rápida. El azúcar o los carbohidratos de absorción rápida se encuentran en los
panes, galletas, el pan blanco, la pasta,
arroz, salsas, helados y postres lácteos y alimentos procesados (sopas
preparadas, pizzas y pre cocinados). Todos ellos son muy sabrosos, baratos y de fácil acceso pero suben
rápidamente los niveles de azúcar en sangre y si no se 'queman' se almacenarán
en forma de grasa. Cuando estos niveles caen a las dos horas se despierta la
voracidad por seguir consumiendo estos alimentos. El uso de este tipo de comida
debería ser eventual o excepcional.
Demasiada
carne y poca verdura. La proteína animal no debe ocupar más de una
cuarta parte del plato, al igual que las legumbres y los cereales. Cereales y
legumbres se complementan muy bien y contribuyen también al aporte proteico.
Bastan pequeñas porciones de carne blanca o de pescado. La carne roja debe ser
de consumo no diario. Los protagonistas deben ser las verduras, hortalizas y la
fruta.
Malinterpretar
las recomendaciones, confundir los términos. La
recomendación de comer más granos y cereal completo no se refiere a aumentar el
número de tostadas o de raciones de cereal en el tazón del desayuno sino a
incluir en las comidas la versión integral del grano de arroz, pasta o pan y
otros granos: quinua, avena, cebada, trigo
que conjugan muy bien con las verduras o las ensaladas.
Aversión
indiscriminada a todas las grasas. Es injusto
meter todas las grasas en el mismo costal. Mientras que la grasa hidrogenada de
los panes, algunas salsas y otros alimentos procesados perjudica seriamente la
salud, la grasa in-saturada del pescado azul, los frutos secos y semillas, paltas
y aceite de oliva debe formar parte del consumo habitual por sus propiedades
beneficiosas. Eliminar la grasa visible de las carnes, disminuir el consumo de
embutidos y considerar la ingesta de lácteos desnatados en la población de
riesgo de obesidad o alteraciones de los lípidos contribuirán a racionalizar la
entrada de grasa saturada.
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