La FAO publicó
recientemente un informe que indica que una de cada ocho personas en el mundo
(842 millones) sufre de hambre crónica.
Este
número es una estimación ligeramente inferior a la de años anteriores y muestra
que el mundo está en camino de alcanzar uno de los Objetivos de Desarrollo del
Milenio de reducir a la mitad la proporción de personas que padecen hambre para
2015, respecto a niveles de 1990. Y demuestran lo importante que es que los
objetivos de desarrollo post 2015 se centren más en la desnutrición para
erradicar el hambre.
La mala
alimentación no es solamente la responsable de la mortalidad infantil en el
mundo, sino también resulta moralmente inaceptable que en un mundo con
suficientes alimentos, casi mil millones de individuos sigan padeciendo hambre.
Pero la razón más importante es que: la alimentación es la mejor manera de
invertir cada dólar para hacer el bien en el mundo.
Lo
sabemos gracias al proyecto mundial del Consenso de Copenhague. Se pidió a más
de 60 economistas líderes, cuatro laureados con el premio Nobel, que analizaran
un gran número de desafíos y que vieran en qué campo se podía lograr más. De
todas las soluciones, hallaron que la nutrición era la mejor y la más
costo-efectiva, porque implica beneficios por un precio reducido.
Lograr esto es asegurar que más de 100 millones de niños podrían desarrollarse sin trastornos de crecimiento y conservarían los beneficios para el resto de sus vidas. Podemos comprobarlo con mayor claridad en el seguimiento reciente de un experimento en Guatemala.
El estudio empezó en el año 1969, cuando un grupo de niños en edad preescolar de cuatro poblados recibieron buena alimentación a diferencia de otros niños de la misma edad en otros poblados cercanos. Los investigadores hicieron un seguimiento 35 años más tarde, cuando los niños habían alcanzado los 30 y 40 años de edad aproximadamente, y observaron diferencias marcadas en quienes habían recibido mejor alimentación en su niñez.
Lograr esto es asegurar que más de 100 millones de niños podrían desarrollarse sin trastornos de crecimiento y conservarían los beneficios para el resto de sus vidas. Podemos comprobarlo con mayor claridad en el seguimiento reciente de un experimento en Guatemala.
El estudio empezó en el año 1969, cuando un grupo de niños en edad preescolar de cuatro poblados recibieron buena alimentación a diferencia de otros niños de la misma edad en otros poblados cercanos. Los investigadores hicieron un seguimiento 35 años más tarde, cuando los niños habían alcanzado los 30 y 40 años de edad aproximadamente, y observaron diferencias marcadas en quienes habían recibido mejor alimentación en su niñez.
Estos
niños tuvieron una escolaridad con buenas calificaciones y en la adultez, tuvieron
mejores sueldos, más posibilidades de desarrollar una profesión y obtener
trabajos mejor pagados. En el caso de las mujeres, tuvieron menos embarazos y
menor riesgo de pérdidas de embarazo o de niños nacidos muertos. La nutrición
fue la única diferencia. Su cuerpo y su masa muscular se desarrollaron más
rápido, sus capacidades cognitivas mejoraron.
Al
aplicar experiencias como esta, los economistas pueden estimar los beneficios
que tendría una mejor política alimentaria. Finalmente, cuando todos los
beneficios se traducen en términos económicos, cada dólar invertido en
alimentos lograría $59 de bienestar en el mundo. Entonces, mientras que esta
solución rara vez recibe aplausos, un esfuerzo a gran escala podría lograr una
gran diferencia.
Ahora, lo
que necesitamos es convencer a los líderes de Naciones Unidas de mantener la
marcha hacia la próxima etapa de objetivos de desarrollo. Puede que la
nutrición no sea el tema más atractivo en la agenda global, pero dado que puede
lograr tanto bien, debe ser la prioridad.
Buen artículo!.
ResponderEliminarSería maravilloso que las Naciones Unidas lo tome en cuenta.
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