Hace muchos años
atrás, nunca se comió con la televisión
encendida. Pero ahora en los hogares la tele tiene que estar encendida a la hora de comer.
Cuántas
conversaciones teníamos alrededor de la
mesa. Los niños contando lo que han hecho en el cole, buenas y malas noticias
del trabajo, decisiones para el futuro, amores y desamores o secretos que salen
a la luz. Simplemente, conversaciones
cotidianas, de nuestro día a día, porque el momento de sentarse a la
mesa es cuando muchas familias se pueden reunir de verdad, tras el trajín de
los quehaceres diarios. En el almuerzo o la cena.
¿Se está perdiendo
esa costumbre? ¿Ya no se le
da valor a las comidas familiares? Los
niños crecen, los horarios laborales cambian, cada uno se prepara cualquier
cosa y se la come delante del ordenador, tablet o móvil; para qué sacar el
mantel y la vajilla completa si sólo tenemos diez minutos para comer o por qué
montar la mesa del comedor si todos prefieren coger una bandeja delante de la
televisión.
Es una pena perder
del todo la costumbre de comer en familia. Son momentos, imágenes y sensaciones
que van forjando nuestra identidad y nuestra relación con los demás. Todos
recordamos con nostalgia, por ejemplo, los tallarines o ravioles hechos por la
abuela el día domingo.
Siempre empezaba todo en el desayuno. Todas las mañanas olía en casa al café recién hecho,
y a esas deliciosas tostadas. Los días de fiesta había que hacer algo especial
y desayunábamos todos juntos. Hablando de festivos, era imperdonable el
aperitivo. Unas cervezas servidas en copas altas. Era el momento de relajarse con el periódico
mientras mi madre terminaba uno de sus
fantásticos asados.
Poner la mesa también tiene su ritual. Si hay niños se le suele encargar
que ayuden. Cada miembro de la familia tiene su sitio, y se respeta sin
discusión. Hora de almuerzo, se sirve los platos, se abre el vino y corta el
pan, y los niños sacan la botella de agua o, si son afortunados ese día, alguna
gaseosa.
¿Y quién quita
la mesa? Con un poco
de suerte, todos ayudan. Claro que a
veces la sobremesa se extiende, y se extiende... y sin darte cuenta, son
las cinco de la tarde. Son esos días relajados, sin prisas, en los que la
conversación se ha convertido en la verdadera protagonista del almuerzo o de la
cena, no hay ganas de recoger ni de terminar la velada.
Hay algo melancólico en recoger la mesa. Después de
todo el esfuerzo, quedan los restos desordenados y los comensales ya se han
levantado, el comedor está solitario. Pero más que restos son el testimonio del momento que acabamos de
compartir, en el que todos han dejado su huella,
Esto más o menos era así hasta el año 1970. Luego apareció la obesidad como una enfermedad y luego como una epidemia. Pero ¿qué fue lo que causó
está epidemia?
Algunos culpan a nuestro estilo de vida, que
nos ha vuelto cada vez más sedentarios, pasando horas sentados frente al
computador o la televisión. Otros expertos creen que los responsables son los
alimentos que comemos. Y más específicamente, dicen, las enormes cantidades de
azúcar que consumimos. Genética mente, los seres humanos no hemos cambiado, pero
nuestro ambiente y nuestro acceso a la comida sí han cambiado.
Uno de los más grandes cambios en nuestra
dieta se remonta a los años 70, cuando la industria agrícola de Estados Unidos
se embarcó en la producción masiva del maíz y del jarabe de maíz de alta
fructosa, comúnmente utilizado hoy en todo el mundo como edulcorante en
alimentos procesados.
Esto
provocó un incremento masivo en las cantidades de alimentos baratos abastecidos
a los supermercados estadounidenses: desde cereal hasta galletas de bajo
precio.
Estos productos no sólo prometieron enormes
ganancias para la industria, de la noche a la mañana, todo el mundo comenzó a
comprar yogur, margarinas, postres y galletas "bajos en grasas". Pero
gran parte de la grasa que se retiró fue reemplazada con azúcar.
Para cuando los científicos se dieron cuenta
de que quizás no era buena idea reemplazar grasa por azúcar, ya era demasiado
tarde: el mundo estaba enfrentando una crisis de obesidad.
Sería prácticamente imposible regresar a esas
épocas de los almuerzos en familia, pero
lo que si podemos hacer es dejar de comprar productos industrializados y
cocinar en casa. Es más saludable. Se los recomiendo.
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